Vine a verlo porque de unos años para acá, en las mañanas apenas me levanto, encuentro en el piso un reguero de palabras que no se de donde vienen, y mucho menos que hacer con ellas. Al principio las barría, hacía pequeños montículos para recogerlas y echarlas a la basura. Algunas se resistían pegándose a la escoba, escondidas bajo el sofá o tras las puertas, como si tuvieran miedo y gritaran "no me tires, no me tires". Segura de su inutilidad, las envolvía sin piedad en una bolsa y las dejaba en la puerta para que el carro del aseo se las llevara.
Con horror comprobé como poco a poco, dejaron de ser una plaga controlada, cuando ya daba por sentado que eran un tema superado en mi vida. Investigué con los amigos, pregunté a los extraños, averigüé en la Internet sobre técnicas nuevas o antiguas para deshacerme de esas palabras acosadoras que me perseguían por la casa, se pegaban a mi ropa, se me escondían en los bolsillos y se reproducían sin control en las cobijas de la cama. Nada. Nadie conocía aquella extraña plaga literaria; nadie tenía idea de lo que era y al contrario, comenzaron a pensar que estaba loca, que había perdido la razón a causa de una herida de amor que me desgarró el alma, me desordenó el corazón y me fundió el cerebro, y por eso, veía fantasmagóricas palabras persiguiéndome en los sueños, rodando por mi cuerpo en la ducha, sazonando mis comidas y enredándose en mi pelo.
No dejo de pensar en el día que logre la ausencia de las palabras, que bello. Una ventana a la cual asomarme sin su ataque transparente y pegajoso, largo como patas de araña que acarician el cristal y me obligan a cerrar los ojos, a forzarlos y encogerlos para poder ver algo a través de ellas. Esta peste serpentea bajo mis párpados cuando cierro los ojos en la noche, se desborda por los desagües del baño y la cocina. Se ha propagado tanto, que ya florece en el jardín y se marchita deshojada en los floreros. Mutan palabrejas como "aburrimiento" en las tajadas de pan viejo en la nevera. Se riegan entre la pasta dental y derriten el jabón. Estoy tan aterrorizada, que el retraso en mi ciclo menstrual me hace sospechar que, algo imprevisto igual o parecido a los acariciantes tentáculos de la palabra "deseo" se me coló entre las piernas una noche de esas en que desperté agitada y bañada en sudor, solo cubierta por el terciopelo bordado de la palabra "piel".
Llegué a Miami huyendo del olor nauseabundo de la palabra "decepción" y sus puñeteros filos. En busca del arco iris sobre el que se escribe la palabra "esperanza", que hace tanto no veía. Y estoy aquí, en éste lugar, porque me han dicho que usted querido maestro, ha trajinado con éstos padecimientos, conoce perfectamente los síntomas de ésta extraña enfermedad de la que soy portadora, no pasiva sino activa, y quizá, me pueda recomendar una medicina, un paliativo o cualquier cosa. Me dispongo a recurrir a los más extraños tratamientos para curarme de este mal palabrístico. Y si al final, usted determina que no tengo cura, que mi dolencia de palabras se halla en una fase terminal, por lo menos me revele un conjuro mágico para desaparecerlas, o toque para mí, una tonada de flauta traída de Hammelin para encantarlas y ahogarlas en el río. O me enseñe a convivir con ellas, a domarlas, me regale un látigo para obligarlas a saltar entre aros de fuego o a hacer piruetas sobre un balón de colores. Me revele una fórmula, para convertir en productivo este vírus que hace llagas en mi piel y se me pudre en las entrañas. O quizá me recomiende a un amigo suyo del teatro o del circo, donde pueda ser contratada como extraña atracción de su espectáculo, y me exhiba en un cartel orgulloso, para que la gente haga fila y pague cinco dólares por verme, y se vayan a sus casas entre fascinados y horrorizados comentando por semanas el suceso.
Quiero someterme a las pruebas que usted determine convenientes, con tal de dejar aquí este costal de garabatos que me pica en los dedos. Para exterminar ésta plaga o para que me acompañe en mi desgracia al regalarme la balsámica frescura de la palabra "comprensión". En últimas, vine a compartir éste sino con personas que sufran del mismo mal. Sé que eso no me cura, pero me proporcionaría un gran consuelo. Saber que no soy un espécimen extraño, que somos una comunidad de estigmatizados, unidos y dispuestos a conquistar el mundo a como dé lugar. Estoy lista para inmolarme voluntariamente frente al edificio del congreso con mis palabras ardientes en las manos; preparada para las manifestaciones públicas, y para recorrer las calles agitando en el aire la palabra "reivindicar" en mayúscula; que nos vean tan fuertes, que no tengan más remedio que cedernos un espacio en la tele en un horario triple A; para comenzar a crear una conciencia de que los escritores enamorados de las palabras, contagiados de este virus positivo, no somos una raza maldita y desadaptada, sino que también tenemos derechos y podemos aportar algo valioso a la sociedad con nuestras esquizofrénias literarias. Y quién sabe, si lo hacemos como se debe, quizá obtengamos un lugar en el parlamento, o una silla preferencial en los debates de la comunidad económica europea, o decidan quitar de una vez por todas a George Washington y nos dediquen un justo reconocimiento fotográfico en los billetes de un dólar.
En fin, mi querido maestro Daniel Fernández. Estoy aquí no a medias, sino en cuerpo, alma y corazón para lo que sea que suceda después de tomar su clase. Ruego a Dios que usted no se dé por vencido conmigo y me mande de regreso a casa a dedicarme a otra cosa. Porque con tantos años lidiando este mal no sabría que hacer. Ya dejé atrás mi mundo, mi familia y hasta renuncié irrevocablemente al amor; vendí todas mis pertenencias para financiarme sin éxito un tratamiento efectivo que me cure o termine de matarme.
Lo dejo finalmente en sus manos y que Dios, usted y mis compañeros de infortunio se apiaden de mí alma.
MARTA SEPÚLVEDA GÓNGORA
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3 comments:
mi querida amiga, aunque no me llame daniel sino emi, te acompaño en este andar a las palabras que a borbotones se entrometen en todas partes (y hasta entre las piernas!!)
no sé si tendremos espacio contiguo en los lugares del poder (reservemos sillas por las dudas), pero al menos compartimos virus y vocablos de virtual contagio de ansias
te mando un abrazo de osa
Emi
Que este virus de la palabra y la literatura sea lo unico que ataque y persista en este mundo ya infectado de tantas malas cosas y males y nos lleve a ver y a comprender la verdadera razon de nuestra existencia por este espacio por el cual estamos todos de paso sin aveces entender el motivo por el cual estamos aqui.....yo reservo mi silla tambien(por las dudas) para compartir y vivir dichos vocablos y virus que nos traigan buenos bienes.....
Marta:
Ese virus lo tienes enconado en tu ser. pero no le busques cura por que no te hace falta. es mejor que sigas con ese mal que a todos nos cae bien.
Me gusto muchisimo tu articulo
Cordial saludo, Willcas
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