Sunday, January 11, 2009

EL SECUESTRO: LA ULTIMA DEGRADACIÓN


Ha llegado a tal grado la situación del narcoterrosismo en Mexico, que me recuerda los peores días de Colombia en los tiempos de Pablo y Rodriguez Gacha, la guerra entre carteles, las riñas entre clanes y la pezca milagrosa que supieron aprovechar paramilitares y delincuentes comunes en semejante rio revuelto y sangriento.

Cuentan las noticias recientes, que ha llegado a tal el descaro de los mafiosos y asesinos, que en estos días fueron secuestrados cuatro indígenas en las cercanías de Veracruz. Las cámaras mostraron a los familiares en sus casas con pisos de tierra y techos de zinc, gentecita más pobre que los ratones a los cuales les pidieron la escandalosa suma de 200.000 dólares “si es que querían volver a verlos vivos”.
Con esa fe que solo da la vida del que no ha tenido nunca nada y por lo tanto no tiene nada que perder, las familias se dieron a la tarea de realizar una colecta comunitaria con la que lograron reunir como gran cosa $1.000 dólares, que sin demora hicieron llegar a los captores.

Y como seguro sabían que dicha suma no le iba a servir a los miserables ni para taparles el hueco de una muela, convinieron que era mejor no descartar la influencia de las autoridades divinas -bastante ausentes del panorama del pueblo por los últimos días-, pero que no por eso debían despreciarse, pues bien es sabido que lo ultimo que se pierde en esta vida es la esperanza; y si el indio Juan Diego fue tan berraco de conseguir rosas rojas en invierno por la purita gracia de la virgencita de Guadalupe, pues quien dijo que no era posible rescatar estos indígenas por las mismas milagrosas intenciones de la doñita, que debe estar allá arriba haciendo un lobby que da miedo para sacar a su querido Mexico de semejante situación tan dolorosa.

Así se organizaron rosarios y misas de intención por la vida de los desgraciados que tan en mala hora se atravesaron en el camino de los malandros, en el lugar y a la hora incorrecta. Corrieron camándulas, oraciones desempolvadas de los misales y cantos de alabanza. Se prendieron velas, muchas velas para llamar la atención de los atareados santos que por estos tiempos tienen tanto trabajo. Se dejó quemar una doble ración de incienso, para que su oloroso mensaje llegara a las narices de los arcángeles benditos a ver si ayudaban con un empujoncito en el más allá y la cosa se resolvía mas rápido en el más acá.

Todo salió bien por esta vez, dos semanas más tarde, aparecieron cojeando por el camino central de la plaza los desvencijados indígenas. Vaya usted a saber cual de todos los remedios sirvió más en este caso: Si los desvalorizados mil dólares porque tal como están las cosas, mil dólares en medio del monte resuelven un par de urgencias, o las recomendaciones celestiales que ablandaron el miserable corazón de piedra de estos vándalos que ya no respetan ni siquiera la pobreza, con tal de conseguir sus torcidos objetivos.

Por hoy es una historia triste con final felíz...algo inspirador en medio de tanta masacre. Allá quedaron los habitantes de esta veredita, asando un lechón que alguien donó para agradecerle a la virgen que todavia acostumbra concedernos uno que otro milagrito.

Thursday, January 8, 2009

UN PATIO, UN AZUL, UN DICIEMBRE...

Por: CRISTO GARCIA TAPIA
Poeta, escritor y periodista.
Sincelejo, Sucre, Colombia

Alguien en este mundo me debe un azul y yo le debo un patio. Un azul de luz correteando el aire de Diciembre.

Y un patio profundo de astromelias y de noche poblado por luciérnagas y diminutas aves.

Quien quiera que haya dejado en mi olvidado aquel azul, yo lo guardo entre las más secretas rendijas de la infancia; entre mis párpados recién abiertos a los enigmas de la tiniebla y el sueño.

Aquí mis ojos esperan por el azul; aquí mi patio por los pasos del caminante como una epifanía de pájaros y nubes; como canto y luz que no se extinguen; crepúsculos y lluvias que no cesan.

Si nadie lo ha olvidado en mí, yo devuelvo a todos este azul que delata mis nostalgias y me lleva otra vez por los senderos de un tiempo que se resiste a sucumbir al tiempo; por el espejo que nos devuelve un rostro parecido a nosotros.

De alguien escondiéndose del sol entre aquel patio que crece en la memoria y espera por alguien; tal vez por uno mismo; tal vez por un ausente que nunca respirará el olor de pesadumbre de los ciruelos y los tamarindos.

Yo voy por ese azul, por aquel patio; por las ráfagas de viento que vienen de un invierno recién caído; por las virutas de un verano que nunca acaba de pasar y se esconde entre antiguas tinajeras fraguadas por las manos de una bisabuela cuando apenas el barro había engendrado a Adán.

En el rescoldo de un fogón de leña de este patio que por alguien espera calentaba mamá la esperanza, multiplicaba con sus manos blancas el pan del alba, correteábamos cándidos los duros días por venir.

Ahí, en medio del breve jardín de mamá y los aparejos de papá recién muerto, fuimos monarcas del reino de las fantasías y el candor; príncipes azules de la imaginación; barqueros que surcaban las aguas conocidas hasta entonces y volvían exhaustos de travesías alrededor de si mismos.

Desde el quicio de la casa que alberga ese patio entrañable, vi llegar la noche con sus legiones de estrellas y luceros; vi por días incontables asomarse gigantes y esplendorosas las primeras lunas de la epifanía; unas tras otras las lluvias que después fueron largos, rotundos inviernos.

Me vi, desde aquella angosta puerta que se levantaba sobre el quicio y que hoy recuerdo como una larga ventana que daba contra el cielo presentido de azul, atravesar infinitos corredores que igual iban a dar al infierno y la gloria.

Ahora que me busco en la memoria ya no soy. Otro es el que corretea por las aceras y juguetea con los copos blancos del árbol de majagua. Otro el huérfano de luz de aquellas lluvias de atardeceres prematuros.

En el fondo del patio, entre los ciruelos y el tamarindo, papá me hace señas y sonríe.

Otra vez Diciembre.

Hay un cielo de azul pintado. Un patio de astromelias, heliotropos y lluvias rojas.

Unas manos blancas en el rescoldo de un fogón de leña calentando la esperanza.

Todo vuelve en este instante: la cena interrumpida, la luz apagada, las ausencias.


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