El mundo amaneció ayer extrañando el silencio. El silencio particular del gran mimo francés Marcel Marceau, que falleció el sábado a los 84 años de edad.
Sin duda, más de un joven preguntará: ¿quien era? Para las nuevas generaciones, acostumbradas a los efectos especiales computarizados y al ruido constante de los IPods, los video juegos y los teléfonos parlantes, el que un hombre se ganara la vida y recibiera honores por desempeñar el viejo arte de la mímica, debe sonar algo extraño.
Marceau hacía gala del silencio, y con él se hacía entender perfectamente. Decía que nada podía crearse sin la ausencia de ruido.
El mimo francés, que se inspiró de niño en Charles Chaplin y Buster Keaton, los grandes del cine mudo creaba, a diferencia de estos, todo un mundo de la nada. Siempre actuó sobre un escenario negro y vacío. No decía una palabra: sólo con su cuerpo que hasta en la vejez conservaba su agilidad y fuerza, presentaba personajes y situaciones. Arrancaba lágrimas o risas. Hacía pensar.
En persona era hablador, gentil y simpático. Escribo de él porque hace 5 años, en un camerino del teatro Geffen de Westwood, lo entrevisté para La Opinión, y el recuerdo que tengo es tan bonito, que la única foto que despliego en la sala de mi casa con alguien a quien haya entrevistado durante mis 20 años de periodista, es mi foto al lado de Marcel Marceau.
Fuera del escenario le encantaba hablar. Lo hacía en un inglés perfecto con un leve acento francés. Mientras lo hacía, estaba siempre en movimiento: se sacaba el reloj de pulsera y jugueteaba nerviosamente, con las mismas manos ágiles que después usaba sobre el escenario para representar aves y leones, amor, compasión y tristeza.
Recorrió 85 países, y a sus 79 años, cuando vino de gira por última vez a los Estados Unidos (hace 5), aún hacía cientos de shows al año. En el Geffen tuvo que extender una semana a sus quince días de contrato y en Nueva York o San Francisco, sus presentaciones se extendían a cinco o seis semanas seguidas.
Una de sus pantomimas más famosas, y que nunca faltaba en su show, era una titulada Juventud, madurez, vejez y muerte en la que, en menos de cinco minutos, Marceau representaba con gestos y movimiento, todas las etapas de la vida del ser humano, desde su nacimiento hasta su vejez.
Decía el gran mimo, que además era pintor y tenía una compañía de teatro, una escuela de pantomima en Paris y una fundación en Nueva York para promover ese arte, que su objetivo en la vida era dejar un legado: “Que mi arte viva más allá de Marcel Marceau”.
El objetivo, sin duda, está cumplido. Pero hoy, el mundo entero extraña el silencio, y la magia que de él producía, el gran mimo Marcel Marceau.
Sin duda, más de un joven preguntará: ¿quien era? Para las nuevas generaciones, acostumbradas a los efectos especiales computarizados y al ruido constante de los IPods, los video juegos y los teléfonos parlantes, el que un hombre se ganara la vida y recibiera honores por desempeñar el viejo arte de la mímica, debe sonar algo extraño.
Marceau hacía gala del silencio, y con él se hacía entender perfectamente. Decía que nada podía crearse sin la ausencia de ruido.
El mimo francés, que se inspiró de niño en Charles Chaplin y Buster Keaton, los grandes del cine mudo creaba, a diferencia de estos, todo un mundo de la nada. Siempre actuó sobre un escenario negro y vacío. No decía una palabra: sólo con su cuerpo que hasta en la vejez conservaba su agilidad y fuerza, presentaba personajes y situaciones. Arrancaba lágrimas o risas. Hacía pensar.
En persona era hablador, gentil y simpático. Escribo de él porque hace 5 años, en un camerino del teatro Geffen de Westwood, lo entrevisté para La Opinión, y el recuerdo que tengo es tan bonito, que la única foto que despliego en la sala de mi casa con alguien a quien haya entrevistado durante mis 20 años de periodista, es mi foto al lado de Marcel Marceau.
Fuera del escenario le encantaba hablar. Lo hacía en un inglés perfecto con un leve acento francés. Mientras lo hacía, estaba siempre en movimiento: se sacaba el reloj de pulsera y jugueteaba nerviosamente, con las mismas manos ágiles que después usaba sobre el escenario para representar aves y leones, amor, compasión y tristeza.
Recorrió 85 países, y a sus 79 años, cuando vino de gira por última vez a los Estados Unidos (hace 5), aún hacía cientos de shows al año. En el Geffen tuvo que extender una semana a sus quince días de contrato y en Nueva York o San Francisco, sus presentaciones se extendían a cinco o seis semanas seguidas.
Una de sus pantomimas más famosas, y que nunca faltaba en su show, era una titulada Juventud, madurez, vejez y muerte en la que, en menos de cinco minutos, Marceau representaba con gestos y movimiento, todas las etapas de la vida del ser humano, desde su nacimiento hasta su vejez.
Decía el gran mimo, que además era pintor y tenía una compañía de teatro, una escuela de pantomima en Paris y una fundación en Nueva York para promover ese arte, que su objetivo en la vida era dejar un legado: “Que mi arte viva más allá de Marcel Marceau”.
El objetivo, sin duda, está cumplido. Pero hoy, el mundo entero extraña el silencio, y la magia que de él producía, el gran mimo Marcel Marceau.
3 comments:
El judío francés Marcel Mangel ,'Marceau' el mejor mimo del siglo XX, dejò toda una escuela en el arte de la pantomima. Hijo de un carnicero con registro de barítono, quien lo impulsó de niño a cultivar su talento. Perseguidos por la invasión nazi a Francia huyen cambiándose el nombre. El rey del silencio poético crea y recrea a 'Bip', vestido de marino cuerpo ondulante y ternura de niño como el arlequín moderno, quien a traves del moviento se desliza visualmente para hipnotizarnos. Se esfumó y como dijo Porfirio Barba Jacob, " Era una llamita al viento... ".
HELENA MANRIQUE ROMERO
BOGOTÁ FORO DEL LECTOR "EL TIEMPO"
Amén ¡¡ Habiendo nacido dentro de una semiosfera específica donde cada espacio de silencio es bombardeado por constantes mensajes que hacen su nicho en el interior, se hace necesario volver a ese regalo de nacimiento para en su seno incinerar los caballos de Troya, que a manera de voz interior nos tornan autómatas habitantes de mundos abstractos.
En el silencio recupero la interface dinámica del momento¡¡
Un abrazo ¡¡
Sin duda alguna Marta, otra gran pérdida para el mundo, y van...
un abrazo
(te enlacé en Jardín Haikú )
buen fin de semana
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