Érase una vez un país muy muy grande, uno de los más poblados del mundo. Tenía tantos habitantes y su territorio era tan grande, que casi representaban un cuarto de la población mundial y de la extensión geográfica del planeta.
Si tuviéramos que darle un nombre, podría perfectamente llamarse: El país del Silencio. Allí permanecer callado era importante. La obediencia y el seguimiento ciego de las tradiciones habían hecho mella en sus pobladores, a tal punto, que se les olvidó escribir y leer sus propias memorias. Y así vivió su gente por años y años, sólo sostenidos por historias muy antiguas que ya casi nadie quería escuchar, porque eran tan repetidas y tan fuera de lugar que no tenían nada que ver con la realidad que vivían.
Hasta que un día, en un hogar de Shangai, nació una pequeña flor de porcelana. Una niña con un nombre tan breve, que imitaba la dulce canción del viento en las cañas de arroz; hija de un adusto militar y confinada en su infancia a un monasterio en el que permaneció juiciosamente, hasta entrar a estudiar y graduarse en Filología China en la Universidad de Fundan, una de las más prestigiosas de su país.
En el 2.000, esta mujercita con la inocencia pintada en la sonrisa, a sus veintiséis años pensó que ya estaba bueno de silencios, y decidió publicar su segunda novela en la que contaba cosas que ocurrían en su patria pero que nadie quería saber. Entonces, salió a la luz “Shangai Baby”, una novela de corte erótico, rebelde y testimonial, que habló a gritos por la nueva generación china, y que fue condenada por las autoridades, tildándola de inmoral y mentirosa. En este libro, contaba las hazañas juveniles, las inquietudes existenciales, las relaciones sexuales con jóvenes de los dos sexos, y los problemas de su generación, como la impotencia y la drogadicción. Fue una mujer valiente, que con sus palabras rompió el hechizo de miles de adolescentes, que se encontraban entre los muchachos con más alto porcentaje de alienación virtual, o sea, consumidores empedernidos de horas, días y semanas enteras frente al computador, para escapar de la realidad de sus vidas. En cinco semanas 80.000 recién des-hechizados, corrieron a comprar el libro clandestinamente en las discotecas de moda, agotado en tiempo record y despertando tal escándalo, que Wei Hui fue catalogada como “chica mala, irreverente y cochina” y en pelno siglo XXI, al mejor estilo de la Inquisicion, 40.000 ejemplares de su novela ardieron por horas en una enorme pira de palabras cuyo humo aún se divisa en el aliento de la ciudad.
Hoy, después de varios años de lo que esta historia cuenta, Wei Hui es una escritora exitosa que llegó a Nueva York un día antes del desastre de las torres gemelas. Allí se dió cuenta de que ella estaba en problemas, China estaba en problemas y concluyó que el mundo entero estaba en problemas. Ha pasado el tiempo y ahora es más feliz, ya no le toca sonreír sin mostrar los dientes, como la tradición obliga a las chicas “bien” de su país, ya no acepta indefensa la premisa que sus padres le repetían siempre…”Querida, el analfabetismo es una virtud”. Y por la voz de Coco, su protagonista, cuenta cómo las chinas sienten y necesitan lo mismo que las occidentales, pero están totalmente reprimidas y por lo tanto tristes.
Si tuviéramos que darle un nombre, podría perfectamente llamarse: El país del Silencio. Allí permanecer callado era importante. La obediencia y el seguimiento ciego de las tradiciones habían hecho mella en sus pobladores, a tal punto, que se les olvidó escribir y leer sus propias memorias. Y así vivió su gente por años y años, sólo sostenidos por historias muy antiguas que ya casi nadie quería escuchar, porque eran tan repetidas y tan fuera de lugar que no tenían nada que ver con la realidad que vivían.
Hasta que un día, en un hogar de Shangai, nació una pequeña flor de porcelana. Una niña con un nombre tan breve, que imitaba la dulce canción del viento en las cañas de arroz; hija de un adusto militar y confinada en su infancia a un monasterio en el que permaneció juiciosamente, hasta entrar a estudiar y graduarse en Filología China en la Universidad de Fundan, una de las más prestigiosas de su país.
En el 2.000, esta mujercita con la inocencia pintada en la sonrisa, a sus veintiséis años pensó que ya estaba bueno de silencios, y decidió publicar su segunda novela en la que contaba cosas que ocurrían en su patria pero que nadie quería saber. Entonces, salió a la luz “Shangai Baby”, una novela de corte erótico, rebelde y testimonial, que habló a gritos por la nueva generación china, y que fue condenada por las autoridades, tildándola de inmoral y mentirosa. En este libro, contaba las hazañas juveniles, las inquietudes existenciales, las relaciones sexuales con jóvenes de los dos sexos, y los problemas de su generación, como la impotencia y la drogadicción. Fue una mujer valiente, que con sus palabras rompió el hechizo de miles de adolescentes, que se encontraban entre los muchachos con más alto porcentaje de alienación virtual, o sea, consumidores empedernidos de horas, días y semanas enteras frente al computador, para escapar de la realidad de sus vidas. En cinco semanas 80.000 recién des-hechizados, corrieron a comprar el libro clandestinamente en las discotecas de moda, agotado en tiempo record y despertando tal escándalo, que Wei Hui fue catalogada como “chica mala, irreverente y cochina” y en pelno siglo XXI, al mejor estilo de la Inquisicion, 40.000 ejemplares de su novela ardieron por horas en una enorme pira de palabras cuyo humo aún se divisa en el aliento de la ciudad.
Hoy, después de varios años de lo que esta historia cuenta, Wei Hui es una escritora exitosa que llegó a Nueva York un día antes del desastre de las torres gemelas. Allí se dió cuenta de que ella estaba en problemas, China estaba en problemas y concluyó que el mundo entero estaba en problemas. Ha pasado el tiempo y ahora es más feliz, ya no le toca sonreír sin mostrar los dientes, como la tradición obliga a las chicas “bien” de su país, ya no acepta indefensa la premisa que sus padres le repetían siempre…”Querida, el analfabetismo es una virtud”. Y por la voz de Coco, su protagonista, cuenta cómo las chinas sienten y necesitan lo mismo que las occidentales, pero están totalmente reprimidas y por lo tanto tristes.
Habla sin tapujos, con una voz decidida a no volver a callar y sus explosivas palabras estallan como bombas atómicas en los oídos del que las escucha. Nos narra el dolor de sentirse rechazada por sus padres que se avergüenzan de su libro aunque nunca lo leyeron, y cuenta que las mujeres de Shangai no quieren casarse ni tener hijos, solo quieren vivir.
Y desde la cima de sus montañosos treinta y cortos años, nos lanza frases como piedras que rompen las ventanas cuando le dice al mundo qué es para ella una mujer : “Una mujer es incienso que sólo arde y se consume al hacer el amor”
Yo solo respondo a su voz de ojos rasgados y lejana letanía:..."Amén, asi sea."
1 comment:
Que interesante " LAS CICATRICES DEL SILENCIO"...Lo que ignoramos en su magnitud ?.
Gracias siempre, por enviar temas importantisimos que desconocemos, y que nos ilumina abiertamente.
Mi saludo Poetico
Carmen.
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