ESCRIBIR PARA VIVIR
EN ENVIGADO O EN CUALQUIER OTRA PARTE DEL MUNDO
“Cuando emprendas el viaje de la escritura y mires hacia lo lejano, ruega que tu camino sea largo y rico en aventuras y descubrimientos. Muchas sean las mañanas de verano y esplendor, cuando con placer llegues a imaginadas esquinas que descubras por primera vez. Cuídate sólo de las arduas vigas, públicas, funcionarias de rancio abolengo administrativo, que se cruzarán en tu transitar, pero no apresures el viaje a pesar de todo, es mejor que dure. Es mejor amarrar conquistas para cuando estés viejo, y no haya mucho por qué luchar, mucho tampoco por decir”...
Así decíamos por estas tierras hace mucho tiempo ya. Porque escribir en estas calles, este jardín señorial -tierra imperiosa del sur- no vale mucho, ni valdrá, si uno no se llama..., o es amigo de..., en términos del reconocimiento y proyección al que tiene derecho, al que debería tener derecho un escritor, cuando se reconoce su genio, su idoneidad para florecer las praderas del arte, y se conoce de vieja y verdadera data su entrega a las energúmenas y silenciosas marchas verbales de Sísifo en las que se ven los escritores, escuálidos e invisibles gestores de cultura, sin bastón donde apoyar su milenario cansancio..., han dicho ya varones ilustres, y de seguir la cosa así, continuaremos en la misma escalera ruinosa y cicatera con la cultura, amén.
Esto lo sabemos ahora, pero desde ha mucho lo intuíamos sin querer reconocerlo porque confiábamos, apoyados en la furia y el fervor de nuestro entusiasmo, que cambiaríamos y resolveríamos cualquier inconveniente que se presentara en nuestra escalera literaria de ascendente e inclaudicable caracol, andando el tiempo, metidos de lleno en las escaramuzas verbales de la escritura con la que ingresaríamos sin duda a la gran pradera intelectual de esta tierra de acomodos y emblemas.
“El valle de las vigas, ha cambiado mucho, fijaos bien dónde ponéis cada vocablo” -nos decían con orgullo, en la mirada ese gesto de aceptación de lo inmodificable- los viejos escritores -que por supuesto ya no existen-, “y nosotros vamos a cambiarlo más”, augurábamos gozosos, convencidos de nuestras briosas alas de imaginativa ascendencia y proyección. Pero no ha sido así. La dura cerviz de la tradición –señalada antaño con clara voz y diferente mirada por el rudo cabezón e infiel- es bien dura de mellar siquiera cuando en el músculo que la sostiene, vibra campeadora la inaceptable manera de administraciones culturales cegadas por su inoperancia, su ignorancia y la terquedad, también hay que decirlo, de quien no participa –nos referimos a los escritores mismos- en el planteamiento de los destinos intelectivos de la comunidad pero luego deplora a los cuatro vientos no ser tenido en cuenta. Hay que trabajar para vislumbrar nuevas posibilidades, se sabe a estas alturas transitadas de la modernidad democrática.
Se ha sabido de emprendedores e invisibles escritores –seres tan tozudos no tienen par- que dedicados a labrar la montaña literaria de la noble ciudad de las ceibas han perseverado en tamaña empresa más de 30 largos años, sin que hasta el momento les hayan reconocido con honores -habida cuenta pues de su valía, que si no ni pío como dicen los críticos- un ápice de su ingente labor.
A los poetas esto no les interesa ni un poquito, por supuesto, porque no viven ni vivirán de escribir versos ni para esa esperanza; la cultura son sólo ellos mismos y nadie más; la administración de la cultura y sus caminos no es un referente a considerar desde su cándida parcela de sonetos, eso sería venderse, escriben en soledad y para la soledad; la poesía es sublime, dicen, y no quieren conocer, desconociendo desde luego, del nunca bien cubierto o satisfactorio trabajo cultural de proyectar hacia la comunidad la literatura en aras de ensanchar los predios mentales de los demás pobladores de este placentero valle de lágrimas en el que se debaten los creadores de explanadas verbales.
Nadie puede llamarse a engaño porque los escritores de literatura, los poetas por ejemplo, a pesar de su glorioso humanismo por encima de los males que al vulgo aquejan, han padecido y padecen el ostracismo y el ser considerados peña verbal sin importancia muchas veces, cuando rechazan sin mayor fórmula reflexiva su participación, necesaria por demás, en los procesos organizativos de los derroteros a seguir, de las puertas por abrir, en cuanto a la proyección literaria para bien de los escritores por venir y de los escritores ya conocidos por su labor silenciosa y pujante, a fin de que sea tenida en cuenta la palabra, sentida la palabra, su palabra, en el enclave cultural comunitario. Actuando así, como hasta ahora, nadie los conocerá ni reconocerá ni escuchará como debe ser, con respeto y admiración, lo cual redundaría, de suceder, si no lo saben aquí lo decimos, en el florecimiento del tan preciado bien de lo educativo cultural que forma verdaderos habitantes cultos, sensibles, conocedores de su riqueza literaria.
Así las cosas, como dicen las abuelas, apague mijo y vámonos, que para plañir mañana es otro día.
Pero mañana será otro día, decimos nosotros también -los que abrimos ventana al viento augural de la palabra para decir su mundo, para cantar su canción- porque las, por ahora suaves, trompetas de la proyección cultural y literaria están cambiando, han de cambiar, habrá de verse… Abrid el oído camaradas del flamígero verbo. Más temprano que tarde lo veremos. Así sea. Aguzad y agitad vuestra pluma campeones de la palabra y el buen decir de la vida. Estad prestos y atentos sufridos e ignorados escritores de estas recias y reacias calles amadas que día tras día os retan y sepultan.
EDGAR TREJOS
Así decíamos por estas tierras hace mucho tiempo ya. Porque escribir en estas calles, este jardín señorial -tierra imperiosa del sur- no vale mucho, ni valdrá, si uno no se llama..., o es amigo de..., en términos del reconocimiento y proyección al que tiene derecho, al que debería tener derecho un escritor, cuando se reconoce su genio, su idoneidad para florecer las praderas del arte, y se conoce de vieja y verdadera data su entrega a las energúmenas y silenciosas marchas verbales de Sísifo en las que se ven los escritores, escuálidos e invisibles gestores de cultura, sin bastón donde apoyar su milenario cansancio..., han dicho ya varones ilustres, y de seguir la cosa así, continuaremos en la misma escalera ruinosa y cicatera con la cultura, amén.
Esto lo sabemos ahora, pero desde ha mucho lo intuíamos sin querer reconocerlo porque confiábamos, apoyados en la furia y el fervor de nuestro entusiasmo, que cambiaríamos y resolveríamos cualquier inconveniente que se presentara en nuestra escalera literaria de ascendente e inclaudicable caracol, andando el tiempo, metidos de lleno en las escaramuzas verbales de la escritura con la que ingresaríamos sin duda a la gran pradera intelectual de esta tierra de acomodos y emblemas.
“El valle de las vigas, ha cambiado mucho, fijaos bien dónde ponéis cada vocablo” -nos decían con orgullo, en la mirada ese gesto de aceptación de lo inmodificable- los viejos escritores -que por supuesto ya no existen-, “y nosotros vamos a cambiarlo más”, augurábamos gozosos, convencidos de nuestras briosas alas de imaginativa ascendencia y proyección. Pero no ha sido así. La dura cerviz de la tradición –señalada antaño con clara voz y diferente mirada por el rudo cabezón e infiel- es bien dura de mellar siquiera cuando en el músculo que la sostiene, vibra campeadora la inaceptable manera de administraciones culturales cegadas por su inoperancia, su ignorancia y la terquedad, también hay que decirlo, de quien no participa –nos referimos a los escritores mismos- en el planteamiento de los destinos intelectivos de la comunidad pero luego deplora a los cuatro vientos no ser tenido en cuenta. Hay que trabajar para vislumbrar nuevas posibilidades, se sabe a estas alturas transitadas de la modernidad democrática.
Se ha sabido de emprendedores e invisibles escritores –seres tan tozudos no tienen par- que dedicados a labrar la montaña literaria de la noble ciudad de las ceibas han perseverado en tamaña empresa más de 30 largos años, sin que hasta el momento les hayan reconocido con honores -habida cuenta pues de su valía, que si no ni pío como dicen los críticos- un ápice de su ingente labor.
A los poetas esto no les interesa ni un poquito, por supuesto, porque no viven ni vivirán de escribir versos ni para esa esperanza; la cultura son sólo ellos mismos y nadie más; la administración de la cultura y sus caminos no es un referente a considerar desde su cándida parcela de sonetos, eso sería venderse, escriben en soledad y para la soledad; la poesía es sublime, dicen, y no quieren conocer, desconociendo desde luego, del nunca bien cubierto o satisfactorio trabajo cultural de proyectar hacia la comunidad la literatura en aras de ensanchar los predios mentales de los demás pobladores de este placentero valle de lágrimas en el que se debaten los creadores de explanadas verbales.
Nadie puede llamarse a engaño porque los escritores de literatura, los poetas por ejemplo, a pesar de su glorioso humanismo por encima de los males que al vulgo aquejan, han padecido y padecen el ostracismo y el ser considerados peña verbal sin importancia muchas veces, cuando rechazan sin mayor fórmula reflexiva su participación, necesaria por demás, en los procesos organizativos de los derroteros a seguir, de las puertas por abrir, en cuanto a la proyección literaria para bien de los escritores por venir y de los escritores ya conocidos por su labor silenciosa y pujante, a fin de que sea tenida en cuenta la palabra, sentida la palabra, su palabra, en el enclave cultural comunitario. Actuando así, como hasta ahora, nadie los conocerá ni reconocerá ni escuchará como debe ser, con respeto y admiración, lo cual redundaría, de suceder, si no lo saben aquí lo decimos, en el florecimiento del tan preciado bien de lo educativo cultural que forma verdaderos habitantes cultos, sensibles, conocedores de su riqueza literaria.
Así las cosas, como dicen las abuelas, apague mijo y vámonos, que para plañir mañana es otro día.
Pero mañana será otro día, decimos nosotros también -los que abrimos ventana al viento augural de la palabra para decir su mundo, para cantar su canción- porque las, por ahora suaves, trompetas de la proyección cultural y literaria están cambiando, han de cambiar, habrá de verse… Abrid el oído camaradas del flamígero verbo. Más temprano que tarde lo veremos. Así sea. Aguzad y agitad vuestra pluma campeones de la palabra y el buen decir de la vida. Estad prestos y atentos sufridos e ignorados escritores de estas recias y reacias calles amadas que día tras día os retan y sepultan.
EDGAR TREJOS